Durante décadas, los poderes de la mente han sido cuestiones
asociadas al mundo “esotérico”, cosas de locos. La mayor parte de la gente
desconoce que la mecánica cuántica, es decir, el modelo teórico y práctico
dominante hoy en día en el ámbito de la ciencia, ha demostrado la interrelación
entre el pensamiento y la realidad. Que cuando creemos que podemos, en
realidad, podemos. Sorprendentes experimentos en los laboratorios más
adelantados del mundo corroboran esta creencia.
El estudio sobre el cerebro ha avanzado mucho en las últimas
décadas mediante las “tomografías”. Conectando electrodos a este órgano, se
determina donde se produce cada una de las actividades de la mente. La fórmula
es bien sencilla: se mide la actividad eléctrica mientras se produce una
actividad mental, ya sea racional, como emocional, espiritual o sentimental y
así se sabe a qué área corresponde esa facultad.
Estos experimentos en neurología han comprobado algo
aparentemente descabellado: cuando vemos un determinado objeto aparece
actividad en ciertas partes de nuestro cerebro… pero cuando se exhorta al
sujeto a que cierre los ojos y lo imagine, la actividad cerebral es ¡idéntica!
Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando “ve” que cuando
“siente”, llega la gran pregunta: ¿cuál es la Realidad? “La solución es que el
cerebro no hace diferencias entre lo que ve y lo que imagina porque las mismas
redes neuronales están implicadas; para el cerebro, es tan real lo que ve como
lo que siente”, afirma el bioquímico y doctor en medicina quiropráctica, Joel en su libro “¿y tú qué sabes?”. En otras palabras, que fabricamos
nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es
decir, mediante nuestras emociones.
La química del cerebro
En un pequeño órgano llamado hipotálamo se fabrican las respuestas emocionales. Allí, en nuestro cerebro, se encuentra la mayor farmacia que existe, donde se crean unas partículas llamadas “péptidos”, pequeñas secuencias de aminoácidos que, combinadas, crean las neurohormonas o neuropéptidos.
Ellas son las responsables de las emociones que sentimos diariamente. Según John Hagelin, profesor de física y director del Instituto para la ciencia, la tecnología y la política pública de la Universidad Maharishi, dedicado al desarrollo de teorías del campo unificado cuántico: “hay química para la rabia, para la felicidad, para el sufrimiento, la envidia…”
En el momento en que sentimos una determinada emoción, el hipotálamo descarga esos péptidos, liberándolos a través de la glándula pituitaria hasta la sangre, que conectará con las células que tienen esos receptores en el exterior. El cerebro actúa como una tormenta que descarga los pensamientos a través de la fisura sináptica. Nadie ha visto nunca un pensamiento, ni siquiera en los más avanzados laboratorios, pero lo que sí se ve es la tormenta eléctrica que provoca cada pensamiento, conectando las neuronas a través de las “fisuras sinápticas”.
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neuropéptidos |
Cada célula tiene miles de receptores rodeando su superficie, como abriéndose a esas experiencias emocionales. Candance Pert, poseedora de patentes sobre péptidos modificados y profesora en la universidad de medicina de Georgetown, lo explica así: “Cada célula es un pequeño hogar de conciencia. Una entrada de un neuropéptido en una célula equivale a una descarga de bioquímicos que pueden llegar a modificar el núcleo de la célula”.
Nuestro cerebro crea estos neuropéptidos y nuestras células
son las que se acostumbran a “recibir” cada una de las emociones: ira,
angustia, alegría, envidia, generosidad, pesimismo, optimismo… Al acostumbrarse
a ellas, se crean hábitos de pensamiento. Lo que quiere decir que nos acostumbramos al rencor, rabia, alegría, negativismo, celos... De la misma manera que al levantarnos hacemos siempre alguna actividad. (se vuelve un hábito).
A través de los millones de
terminaciones sinápticas, nuestro cerebro está continuamente recreándose; un
pensamiento o emoción crea una nueva conexión, que se refuerza cuando pensamos
o sentimos “algo” en repetidas ocasiones. Así es como una persona asocia una
determinada situación con una emoción: una mala experiencia en un ascensor,
como quedarse encerrado, puede hacer que el objeto “ascensor” se asocie al
temor a quedarse encerrado. Si no se interrumpe esa asociación, nuestro cerebro
podría relacionar ese pensamiento-objeto con esa emoción y reforzar esa
conexión, conocida en el ámbito de la psicología como “fobia” o “miedo”.
Todos los hábitos y adicciones operan con la misma mecánica.
Un miedo (a no dormir, a hablar en público, a enamorarse) puede hacer que
recurramos a una pastilla, una droga o un tipo de pensamiento nocivo. El
objetivo inconsciente es “engañar” a nuestras células con otra emoción
diferente, generalmente, algo que nos excite, “distrayéndonos” del miedo. De
esta manera, cada vez que volvamos a esa situación, el miedo nos conectará,
inevitablemente, con la “solución”, es decir, con la adicción. Detrás de cada
adicción (drogas, personas, bebida, juego, sexo, televisión) hay pues un miedo
insertado en la memoria celular.
La buena noticia es que, en cuanto rompemos ese círculo
vicioso, en cuanto quebramos esa conexión, el cerebro crea otro puente entre
neuronas que es el “pasaje a la liberación”. Porque, como ha demostrado el
Instituto Tecnológico de Massachussets en sus investigaciones con lamas
budistas en estado de meditación, nuestro cerebro está permanentemente
rehaciéndose, incluso, en la ancianidad. Por ello, se puede desaprender y
reaprender nuevas formas de vivir las emociones.
Mente creadora
Los experimentos en el campo de las partículas elementales
han llevado a los científicos a reconocer que la mente es capaz de crear. En
palabras de Amit Goswani, profesor de física en la universidad de Oregón, el
comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el
observador: “cuando el observador mira, se comporta como una onda, cuando no lo
hace, como una partícula”. Ello quiere decir que las expectativas del
observador influyen en la realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros
está compuestos de millones de átomos.
Traducido al ámbito de la vida diaria, esto nos llevaría a
que nuestra realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias
expectativas. Si una partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede
comportarse como materia o como onda… Nosotros podemos hacer lo mismo.
Leer: Un cerebro oculto en la capilla sixtina
La realidad molecular
Los sorprendentes experimentos del científico japonés Masaru
Emoto con las moléculas de agua (leer más aquí) han abierto una increíble puerta a la
posibilidad de que nuestra mente sea capaz de crear la Realidad. “Armado” de un
potente microscopio electrónico con una diminuta cámara, Emoto fotografió las
moléculas procedentes de aguas contaminadas y de manantial. Las metió en una
cámara frigorífica para que se helaran y así, consiguió fotografiarlas. Lo que
encontró fue que las aguas puras creaban cristales de una belleza
inconmensurable, mientras que las sucias, sólo provocaban caos. Más tarde,
procedió a colocar palabras como “Amor” o “Te odio”, encontrando un efecto similar:
el amor provocaba formas moleculares bellas mientras que el odio, generaba
caos.
Por último, probó a colocar música relajante, música folk y
música thrash metal, con el resultado del caos que se pudieron ver en las
fotografías.
La explicación biológica a este fenómeno es que los átomos
que componen las moléculas (en este caso, los dos pequeños de Hidrógeno y uno
grande de Oxígeno) se pueden ordenar de diferentes maneras: armoniosa o
caóticamente. Si tenemos en cuenta que el 80% de nuestro cuerpo es agua,
entenderemos cómo nuestras emociones, nuestras palabras y hasta la música que
escuchamos, influyen en que nuestra realidad sea más o menos armoniosa. Nuestra
estructura interna está reaccionando a todos los estímulos exteriores,
reorganizando los átomos de las moléculas.
El valioso vacío atómico
Aunque ya los filósofos griegos especularon con su
existencia, el átomo es una realidad científica desde principios de siglo XX.
La física atómica dio paso a la teoría de la relatividad y de ahí, a la física
cuántica. En las escuelas de todo el mundo se enseña hoy día que el átomo está
compuesto de partículas de signo positivo (protones) y neutras (neutrones) en
su núcleo y de signo negativo (electrones) girando a su alrededor. Su
organización recuerda extraordinariamente a la del Universo, unos electrones
(planetas) girando alrededor de un sol o núcleo (protones y neutrones). Lo que
la mayoría desconocíamos es que la materia de la que se componen los átomos es
prácticamente inexistente. En palabras de William Tyler, profesor emérito de
ingeniería y ciencia de la materia en la universidad de Stanford, “la materia
no es estática y predecible. Dentro de los átomos y moléculas, las partículas
ocupan un lugar insignificante: el resto es vacío”.
En otras palabras, que el átomo no es una realidad terminada
sino mucho más maleable de lo que pensábamos. El físico Amit Goswani es
rotundo: “Heinsenberg, el codescubridor de la mecánica cuántica, fue muy claro
al respecto; los átomos no son cosas, son TENDENCIAS. Así que, en lugar de
pensar en átomos como cosas, tienes que pensar en posibilidades, posibilidades
de la consciencia. La física cuántica solo calcula posibilidades, así que la
pregunta viene rápidamente a nuestras mentes, ¿quién elige de entre esas
posibilidades para que se produzca mi experiencia actual? La respuesta de la
física cuántica es rotunda: La conciencia está envuelta, el observador no puede
ser ignorado”.
Lo que quiere decir es que somos nosotros quienes hacemos nuestra propia realidad y esta depende de nuestros pensamientos, emociones, hábitos, vicios, etc. ¿Somos nosotros nuestro propio ojo del observador? o dejamos que los demás lo sean por nosotros.
¿Qué realidad prefieres?
El ya famoso experimento con la molécula de fullerano del
doctor Anton Zeillinger, en la Universidad de Viena, testificó que los átomos
de la molécula de fullerano (estructura atómica que tiene 60 átomos de cárbón)
eran capaces de pasar por dos agujeros simultáneamente. Este experimento también se conoce como doble rendija.
La realidad de la
bilocación, es decir, que “algo” pueda estar en dos lugares al mismo tiempo, es
algo ya de dominio público, al menos en el ámbito de la ciencia más innovadora.
Jeffrey Satinover, ex presidente de la fundación Jung de la universidad de
Harvard y autor de libros como “El cerebro cuántico” y “El ser vacío”, lo
explica así: “ahora mismo, puedes ver en numerosos laboratorios de Estados
Unidos, objetos suficientemente grandes para el ojo humano, que están en dos
lugares al mismo tiempo, e incluso se les puede sacar fotografías. Yo creo que
mucha gente pensará que los científicos nos hemos vuelto locos, pero la
realidad es así, y es algo que todavía no podemos explicar”.
Quizás porque algunos piensen que la gente “de a pie” no va
a comprender estos experimentos, los científicos todavía no han conseguido
alertar a la población de las magníficas implicaciones que eso conlleva para
nuestras vidas, aunque las teorías añejas sí forman parte ya del dominio de la
ciencia divulgativa.
Seguramente la teoría de los universos paralelos, origen de
la “superposición cuántica”, es la que ha conseguido llegar mejor al gran
público. Lo que viene a decir es que la Realidad es un número “n” de ondas que
conviven en el espacio-tiempo como posibilidades, hasta que UNA se convierte en
Real: eso será lo que vivimos. Somos nosotros quienes nos ocupamos, con
nuestras elecciones y, sobre todo, con nuestros pensamientos (“yo sí puedo”,
“yo no puedo”) de encerrarnos en una realidad limitada y negativa o en la
consecución de aquellas cosas que soñamos. En otras palabras, la física moderna
nos dice que podemos alcanzar todo aquello que ansiamos (dentro de ese abanico
de posibilidades-ondas, claro).
FÍSICA CUÁNTICA EN LA ANTIGÜEDAD
En realidad, los descubrimientos de la física cuántica
vienen siendo experimentados por seres humanos desde hace milenios,
concretamente, en el ámbito de la espiritualidad. Según el investigador de los
manuscritos del Mar Muerto, Greg Braden, los antiguos esenios (la comunidad
espiritual a la que, dicen, perteneció Jesucristo) tenían una manera de orar
muy diferente a la actual.
En su libro “El efecto Isaías: descodificando la
perdida ciencia de al oración y la plegaria”, Braden asegura que su manera de rezar
era muy diferente a la que los cristianos adoptarían. En lugar de pedir a Dios
“algo”, los esenios visualizaban que aquello que pedían ya se había cumplido,
una técnica calcada de la que hoy se utiliza en el deporte de alta competición,
sin ir más lejos.
La filosofía oriental se encuentra llena de ejemplos de visualización y poder mental para lograr un objetivo. O simplemente recordemos el mundo de las Ideas de Platon.
Para no ir más lejos Jesucristo dice a sus discípulos después que estos no pudieron sanar a un niño..."hombres de poca fe si tuvieras fe como un grano de mostaza dirías a esa montaña que se corriera y ella se movería".